Rabia y rabietas - Motriko - Psicoterapia y Psicomotricidad
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Rabia y rabietas

“¿Por qué mi hijo/a se pone así?” En el lenguaje coloquial hablamos de rabietas para referirnos a un estado descontrolado de rabia y frustración. Es un término que se usa casi exclusivamente para la infancia porque… ¿cuántas veces habéis visto a un adulto “haciendo una rabieta”?

Vaya rabieta (Mireille d’Allancé)

Lo primero que tenemos que saber es que hay una parte del cerebro, la corteza prefrontal, que cumple funciones fundamentales en la autorregulación de la conducta, del pensamiento y de las emociones. Esta parte del cerebro es la última de todas en completar su maduración, y este proceso no se completa hasta los 20-25 años. Esta cuestión es particularmente importante durante los primeros 6 años de vida, puesto que el niño aún no ha adquirido una capacidad neurológica para reconducir su propio desborde emocional. Por eso, prácticamente sólo hablamos de rabietas en casos de niños que, salvo algunas excepciones, tienen menos de 6 o 7 años.

Si tener o no tener rabietas fuera exclusivamente una cuestión de “buena educación”, seguro que habría “personas maleducadas” que tendrían rabietas en la edad joven o adulta ¿cierto? Pero no es así. La rabieta forma parte de una etapa evolutiva del niño que remite con el tiempo. ¿Quiere decir eso que como adultos no tenemos nada que hacer al respecto? No, todo lo contrario. Podemos ayudarlo o, por el contrario, empeorar las cosas sin darnos cuenta. La diferencia NO producirá una maduración “acelerada o enlentecida” (los ritmos biológicos no pueden alterarse tan fácilmente); la diferencia residirá sobretodo en una mayor o menor autoestima y autoconfianza del niño en el futuro. Pero sí es importante entender que un/a niño/a enrabietado/a ha perdido el control y difícilmente podrá recuperarlo solo/a.

Por otra parte, hay muchos factores que hacen que un niño sea más o menos propenso a las rabietas: su carácter, sus miedos, su tolerancia a la frustración, su ritmo madurativo, su irritabilidad, su capacidad de descanso, su confianza en el otro para dejarse consolar… la genética y la epigenética tienen una fuerte influencia en la consolidación de los circuitos neuronales.

Ciertamente, frente a la escena de un niño enrabietado es muy difícil que los adultos que están cerca se queden indiferentes. Es más, oír el llanto de un niño que no se calma es probablemente una de las situaciones más angustiosas para cualquiera de nosotros. Es tan movilizante que nos lleva inmediatamente a la acción y, a menudo, nos bloquea el pensamiento.

Alicia en el país de las maravillas (Disney)

No ha sido nada, no es para tanto, toma el patinete, ¿ahora ya no quieres el patinete?, ¿quieres un zumo?, si sigues así me voy, no entiendo lo que te pasa, pues ahora ya no vamos a ningún lado, pues aquí te quedas, se han acabado los dibujos… infinitos intentos, ensayo y error, frases al azar tiradas al aire que no llegan a buen puerto. El niño sigue llorando y gritando.

Efectivamente, para un niño y para los adultos, a menudo la rabieta se convierte en un laberinto sin salida. Es como si, perdido entre pasillos oscuros, el niño escuchara voces por megafonía, casi siempre bienintencionadas, pero no supiera de dónde viene el sonido. Quiere salir de ahí, pero no sabe cómo. ¿Os imagináis cómo debe ser?

¿Y tú, cómo te sientes?

Frente a un niño enrabietado, difícilmente nos tomamos el tiempo para identificar cómo nos sentimos nosotros. ¿Has intentado alguna vez pensarlo con calma después de la tormenta? ¿O quizás prefieres pasar página y no pensar mucho en ello? Ten en cuenta que, ante un niño desbordado emocionalmente, nuestras neuronas espejo se activan y nos hacen sentir de una manera muy parecida a él. Es importante tomar distancia de estas emociones para poder comprenderlas mejor sin dejarme arrastrar por ellas. ¿Me siento culpable, impotente, frustrado/a? ¿Me siento enfadado/a, agresivo/a, harto/a? ¿Me siento incomprendido/a por mi hijo/a? ¿Tengo miedo del futuro, del “qué será de mi hijo si no reconducimos esto”?

Donde viven los monstruos (Maurice Sendak)

Bien, lo más probable es que muchas de todas estas sensaciones te atraviesen el espíritu al mismo tiempo. Respira hondo. Es normal. Toma conciencia de tus intentos desesperados por cortar la rabieta, de las palabras que colman un vaso que ya está demasiado lleno. Toma conciencia de todas esas “soluciones intentadas” que se suman al problema y te generan aún una mayor sensación de impotencia.

Ahora que has tomado la distancia necesaria, observa a tu hijo atentamente: ¿cuánta cercanía física tolera? ¿Acepta que te acerques o rechaza el contacto? ¿Escucha tus palabras, o se enfada más cuando le hablas? ¿Prefiere que le dejes solo o que te quedes? Valora si es un buen momento para hablar o no. Normalmente, en el cerebro irritado de un niño no hay lugar para la escucha. La escucha nace de la calma psíquica. Ése es vuestro primer objetivo, especialmente la conquista de tu propia calma psíquica.  

La cercanía afectiva y el camino de las emociones

Cuando nos sentimos enfadados, hay una distancia afectiva que emerge entre el otro y yo. Recuerda que, a estas edades, los niños son MUY SENSIBLES a esto. Son personas absolutamente dependientes de ti para la supervivencia, y sentir que te alejas emocionalmente de ellos les genera terror. Y el terror no es un buen aliado de la calma. La escucha, cercanía y firmeza no están reñidas. Quedarse no quiere decir ceder. Lo más importante es recordar que el trabajo de salir de la rabieta será probablemente un trabajo conjunto, donde él pondrá voluntad y tú un poco (¡o bastante!) ayuda.

Un poco de mal humor (Isabelle Carriere)

La rabia es una emoción de proyección hacia afuera, que difícilmente facilita el acercamiento del otro. La tristeza es una emoción más introspectiva, que nos facilita el acceso al duelo y a la aceptación de la pérdida. En una rabieta, hay a menudo un sentimiento de impotencia, donde el adulto es el malo/frustrador y el niño se siente victimizado, proyectando su malestar en el otro. Aunque nosotros ya sabemos que la vida no va de buenos y malos, para los niños el mundo aún está muy polarizado. Nuestra cercanía afectiva permite complejizar esa visión del mundo: aunque he frustrado sus deseos, sigo amándole y me muestro disponible para él. No tolero que me maltrate, y le ayudo a contener sus impulsos destructivos. Reconozco su frustración y poco a poco le ayudo a ser consciente del dolor por la pérdida. Recuerda que lo que para nosotros son problemas triviales, para ellos puede significarlo todo.

Y así, se va transitando de la rabia a la frustración, de la frustración al dolor, del dolor a la tristeza, y de la tristeza a la aceptación. Ayudarlos a transitar los pequeños avatares de la vida los prepara, sin duda, para manejar mejor lo que les deparará el futuro.

Y en realidad, es mucho más fácil consolar a un niño triste que a un niño enfadado, ¿no?

Si a pesar de todo, ves que tu hijo sigue desbordándose de manera muy frecuente y os cuesta mucho reconducir la situación, es probable que tengas ganas de tirar la toalla. Pero quizás ya conoces el proverbio africano, aquél que dice que hace falta una tribu para educar a un niño. No estás solo/a, puedes pedir ayuda si lo necesitas.

No (Tracey Corderoy)