La adolescencia ¿un dolor de cabeza o una oportunidad? - Motriko - Psicoterapia y Psicomotricidad
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La adolescencia ¿un dolor de cabeza o una oportunidad?

La adolescencia es una etapa vital fundamental en el desarrollo de la persona. El niño, que hasta ahora vivía sin cuestionar demasiado el funcionamiento de su familia, empieza a constituirse como un sujeto diferenciado: el deseo de descubrirse, de formar una identidad propia y de tomar un camino personal van apareciendo progresivamente.

Durante la adolescencia, la persona se reinventa a sí misma, experimentando nuevas formas de relacionarse con su entorno y consigo misma. Es una etapa llena de cambios y desafíos, que suele generar angustia pero también un profundo placer ante el descubrimiento del mundo.

El complejo de la langosta

Como decía Dolto, la adolescencia es como un “segundo nacimiento”, y para explicarlo ponía como ejemplo la metáfora de las langostas: cuando las langostas cambian de caparazón, pierden primero el viejo y quedan sin defensas por un tiempo, totalmente vulnerables, por lo que tienen que hallar un refugio entre las rocas para evitar que se las coman los depredadores.

En el caso de nuestros hijos, “quitarse el viejo caparazón para construirse uno nuevo” es un trabajo arriesgado: llegados a este momento se sienten más vulnerables que nunca y por ello buscan tantos refugios: se encierran en la habitación, se muestran ruidosos y hostiles, ensimismados, o se hacen fotos todo el día con el móvil. La realidad es que se sienten muy inseguros y buscan maneras de proteger su enorme fragilidad.

¿Qué moviliza la adolescencia en las familias?

Para las familias es un momento muy temido y difícil: toca hacer reajustes y negociaciones respecto a los planteamientos previos, toca estar a la altura del momento para poder tomar las propuestas de los hijos y ofrecerles algo nuevo. Sin embargo, igual de importante es poder ver las necesidades del chico como las propias. Hay un ajuste mutuo que se hace necesario.

A menudo, los padres sentimos la angustia de estar perdiendo el control de la situación, o la comunicación con nuestros hijos. Por su parte, ellos piden más tiempo, más espacio, y sienten que hay cosas que ya no pueden compartir. Les preocupa mucho encontrar su lugar en el mundo, que en esta edad pasa por encontrar su lugar en el grupo de iguales. Los amigos se convierten entonces en sus referentes sociales y emocionales principales.

Y cuando aparecen todos estos cambios, irremediablemente aparece también la hostilidad: seguimos siendo proveedores del sustento (techo, comida), pero nos vemos excluidos del mundo emocional de nuestros hijos. “¡Esta casa no es un hotel!” reivindicamos desesperados al sentir que perdemos las riendas de la relación. Mientras ellos se reivindican como los adultos que aún no son, nosotros sentimos que nuestro lugar se tambalea.

Sentimos así el distanciamiento y la pérdida: los padres vemos a los hijos hacer su camino y nos damos cuenta de que ya no somos imprescindibles, incluso a veces nos sentimos celosos y tristes “tanto quiere a sus amigos y a mí ya no me hace ni caso”. Empezamos a sentir la amenaza del nido vacío.

A veces nos invade la nostalgia por el hijo que querríamos que hubiera sido, lo que queríamos que eligiera teniendo en cuenta lo que nosotros no pudimos elegir… y con rabia o con tristeza nos toca despedirnos de ese hijo imaginado, deseado, proyectado. En su lugar, nos encontramos ante un hijo real que no ha venido al mundo a cumplir nuestras expectativas sino a hacer su propio camino. ¡Descubrimos que ellos son dueños de su cuerpo, de su vida y de sus afectos! Y eso a veces nos asusta, igual que nos asusta el miedo a lo desconocido.

Pero nuestros hijos también están de duelo: los padres idealizados durante la infancia han dejado de serlo, su cuerpo sufre transformaciones que no desean, y se sienten solos, avergonzados, enfadados, y vulnerables. Descubren atemorizados el “monstruo” que llevan en su interior, un monstruo en el que no se reconocen y con el que no saben qué hacer. Nuestros hijos se despiden poco a poco del niño que ya nunca volverán a ser.

Efectivamente, la adolescencia es una etapa vital muy compleja, en la que se juegan muchas cosas. Depende de cómo lo manejemos, nuestro hijo podrá acercarse a nosotros y a sus sueños, o acabar alejándose demasiado de lo que le gustaría haber sido.

¿Qué cosas hay que tener en cuenta en esta etapa?

No minimizar ni cuestionar su malestar: los chicos están descubriendo el verdadero impacto de las emociones sobre la propia vida, es algo relativamente nuevo para ellos. Y aunque nos parezcan situaciones poco relevantes, para ellos son muy importantes. Hay que poder acompañarlos emocionalmente sin juzgarles.

Ser firmes pero razonables: ahora más que nunca, el “porque lo digo yo” conduce a un camino sin salida. Los chicos esperarán una respuesta razonada, y por ese motivo es importante anticiparnos: si vamos a poner un límite, tiene que haber buenas razones para hacerlo. Si aún no lo tenemos claro, darnos el tiempo para reflexionarlo: “déjame que lo piense y en una hora te digo algo” o “deja que lo hable con mamá y esta tarde te damos una respuesta”.

Recuerda que aunque te pide espacio, te necesita cerca. Saber comprender y transmitirles que los límites que les ponemos no son una cuestión de poder sino una cuestión de amor y cuidado. Que entendemos su necesidad de libertad pero que también tenemos la responsabilidad de cuidarles. Que dejarles hacer todo lo que quisieran sería un abandono por nuestra parte.

Aprender a ser flexibles: comprender que sus demandas tienen que ser escuchadas, porque sino aprenderá a no contar con nosotros. Escuchar su necesidad, y hacer una propuesta que satisfaga a ambas partes. Recuerda que la prohibición tiene un camino muy corto; la decisión compartida siempre llega mucho más lejos. Alcanzar compromisos conjuntos: “yo venzo el miedo que me produce dejarte salir hasta tal hora, pero tú te comprometes a cumplirlo”.

• A veces es importante dejar que experimenten las consecuencias de sus actos: siempre el aprendizaje es mucho más duradero cuando hemos tenido que asumir las consecuencias de una mala decisión. Si le ponen una multa y nosotros se la pagamos, si se escaquea de los deberes y se los hacemos nosotros, si pierde las llaves y nosotros le pagamos las de repuesto… ¿qué va a aprender? A veces queremos que no sufran pero les acabamos produciendo un mal mayor.

• Durante esta etapa es fácil acabar haciendo de todo una batalla: cómo vestir, con quién salir, qué música escuchar, qué hacer con los estudios… Tenemos que poder discriminar aquello que es verdaderamente importante. Hay cosas que nuestros hijos tienen claras, y hay otras en las que todavía necesitan nuestro acompañamiento, porque una mala decisión podría marcarles para el resto de su vida. Nuestra responsabilidad es ayudarles a tomar decisiones informadas.

• En este sentido, tenemos que esforzarnos por encontrar el momento para abordar los temas peliagudos: es fundamental hablar con ellos sobre cosas que nos preocupan como el consumo de alcohol y drogas, las precauciones en las relaciones sexuales, o el riesgo de dejar los estudios antes de hora. Son temas difíciles, pero es importante ponerlos sobre la mesa, sin aleccionamientos pero con claridad.

En definitiva, ser padres durante la adolescencia es un reto para todos. Pero es muy importante mantener una actitud abierta y disponible hacia nuestros hijos para que sepan con certeza que, por mucho que se alejen, siempre tienen un lugar seguro al que volver cuando lo necesiten. Si sientes que necesitáis acompañamiento en esta etapa, en Motriko podemos ayudaros.

Y recuerda que tu hijo no será la persona que tú esperabas, pero seguro que, si escuchas bien, habrá cosas de él que te dejarán con la boca abierta. Dale tiempo, y déjate sorprender.

Imágenes extraídas de la película Boyhood (2014).